Ayer terminó una versión más del Festival de Cortometrajes organizado por la carrera de Comunicación Audiovisual del Instituto Santo Tomás, donde jóvenes realizadores, aparte de irse de parranda hasta altas horas de la noche, presentaron los trabajos que habían realizado durante el año. Talento hubo por borbotones y dejaron claro que el futuro es promisorio.
Les daría consejos a estos noveles realizadores, pero como no soy nadie para hacerlo y sería inmoral de mi parte si lo hiciera, mejor dejo que sea Sydney Pollack (1934-2008), el responsable de películas como la trepidante Tres días del Cóndor y la en esos años hilarante Tootsie, quien entregue algunas recomendaciones a aquellos que estén interesados en seguir la senda del cineasta.
«Cuando estuve trabajando para el Instituto Sundance, a los jóvenes directores que conocí les asustaban los actores. Les aterrorizaba la idea de tener que dirigir a actores. Así que el consejo que les di, y que daría a cualquier cineasta que estuviera empezando, es que deben ir a observar una clase de interpretación. O mejor aún, apuntarse a una clase y aprender un poco más sobre interpretación, porque es la mejor manera de entender lo que un actor necesita -y no necesita- para funcionar.
Otra cosa que diría a un cineasta principiante es que la técnica es un elemento al que recurrir cuando las cosas no surgen por sí mismas. Si las cosas surgen por sí mismas, acepta agradecido la buena suerte y quédate callado. Si sabes que tienes un buen guión, que has elegido bien el reparto y que tienes un gran director de fotografía y, cuando empiezas a ensayar en el plató, las cosas van saliendo bien, no digas nada. No lo estropees. Aprender a callarse es casi tan importante como aprender lo que tienes que decir.
Por supuesto, entiendo que pueda existir un deseo de desafío. En ese caso, convierte el argumento, no la técnica, en el verdadero desafío. Por ejemplo, cuando empecé a trabajar en Los Tres Días del Cóndor, sólo me interesaba el romance entre Robert Redford y Faye Dunaway. El resto no era más que trasfondo para mí. Y el desafío en esa historia fue conseguir que el público creyera que un hombre y una mujer que se conocen en circunstancias tan dramáticas (él la había secuestrado) podían acabar enamorándose en menos de dos días. Lo llamo «El Desafío Ricardo III», por la escena en la obra de Shakespeare donde un hombre seduce a la viuda de su enemigo muerto horas después de haberlo matado. Me parece asombroso ser capaz de conseguir algo así. Por descontado, no es fácil y tienes más posibilidades de fracasar que de lograrlo. Pero si vas a lo seguro, puedo asegurarte que nunca conseguirás nada interesante«.
Por parte de editando, a los jóvenes realizadores que ayer mostraron sus trabajos, felicitaciones, pues el avance es notable.
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